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Páginas que quedan entre mujeres
En Hay gente que no sabe lo que hace, el libro de cuentos de Alejandra Zina, son las mujeres y el vínculo entre ellas -madre e hija, hermanas, amigas- lo que da forma a un mundo en el que la libertad y el peligro son parte de la misma trama.
Por Ivana Romero
Dos hermanas en el asiento trasero de un auto. La mayor, con una capelina color caramelo que le va grande. La menor, con un sombrero de cowboy ajustado debajo del mentón. Se sabe que están en la ruta, que volvieron de un zoológico a cielo abierto, que al auto lo conduce la novia del padre de las nenas. Se sabe que van a parar un rato en una estación de servicio. Y no se sabe (pero se intuye) que la mujer se siente incómoda manejando con esas chicas que la miran desde atrás. Sin embargo, toda esa incomodidad quedará suspendida cuando las nenas desaparezcan de su vista camino al baño, cuando no vuelvan, cuando un tipo que anda por la estación de servicio salga de improviso, cuando los tres vuelvan juntos en una escena rara, equívoca, peligrosa. Si algo caracteriza los cuentos de Hay gente que no sabe lo que hace de Alejandra Zina es esa presencia de mujeres de distintas edades que, en muchos casos, se mueven de a dos, lleven o no la misma sangre, tengan o no un vínculo luminoso. Hermanas, amigas, madres, hijas. De hecho, la escritora explora la interioridad de esos vínculos en los que los varones (o, mejor dicho, las lógicas masculinas) representan lo que queda afuera, lo que puede ser apoyo y entendimiento en algunos casos, pero también una acechanza.
Editado por Paisanita, este volumen incluye siete relatos que Zina trabajó por años desde la publicación de Barajas en 2011 (una novela con una azafata como protagonista que, si bien tenía tapas rosadas al mejor estilo chic lit, adentro contenía un artefacto bastante más complejo y divertido, ya que en aquella oportunidad la escritora observó que existen demasiadas historias en las que, dijo, "imperan mujeres de treinta y pico, solas a su pesar, insatisfechas con sus vidas amorosas, heterosexuales hasta el machismo"). Como resultado, en los nuevos cuentos hay una voz común que, sin embargo, deja que estas chicas (niñas, pero también adultas, incluso señoras mayores) recorran su camino, aunque sea inconveniente o directamente peligroso.
En "Negros famosos" -el segundo relato-, un grupo de señoras que se conocieron en un taller para aprender a manejar el word y el correo electrónico (ni sus hijos ni sus nietos tienen paciencia para enseñarles) se reúnen a tomar el té. Están preocupadas porque a una de ellas el marido la encontró dentro del placard, y de ahí al geriátrico queda un solo paso. En algún momento, se encierran en un departamento, abren una botella de whisky y empiezan a reírse mientras llevan adelante un juego intrascendente (nombrar "negros famosos", desde Michael Jackson a Nelson Mandela), debajo del cual se deslizan muchos otros juegos. Como en algún cuento de Esther Tusquets, aquí el deseo lésbico termina tomando la palabra sobre todo aquello que estas señoras respetables no dicen. En el otro extremo, las nenas del cuento "Sarah Kay" salen a mendigar juntas, una por pasatiempo y la otra por necesidad. Antes comparten confidencias en el colchón del hermano mayor de una de ellas. Nada sucede. Y, sin embargo, en esa vacuidad también el deseo habla. El erotismo sesgado de las nenas dialoga con una escritora que no es fiel a los clichés, sino a su libertad creativa. Y que tiene, además, un gran sentido del humor para retratar a sus personajes.
Hay gente que no sabe lo que hace empieza y termina con peluquerías como escenario. En el primer cuento, "Falsa promesa", una hija acompaña a su madre anciana, y en el último, "El peluquero", una clienta advierte el ocaso de ese coiffeur que supo ser su confidente. Este juego de espejos se reproduce desde la tapa, con esas dos niñitas enfrentadas mirándose, recostadas sobre un suelo cubierto de hojas. Ninfas oscuras de Shirley Jackson, ensoñaciones de Silvina Ocampo, retratos despojados de Eudora Welty podrían estar habitados por cualquiera de estas voces. Porque estos cuentos tienen que ver con transformar en literatura todo aquello que los patrones de conducta desdeñan por pecaminoso. Aquí, esa materia se transforma en tierra fecunda, en humus sobre el que se asienta la posibilidad de que estas mujeres sean auténticamente libres.