lunes, 7 de octubre de 2019

LA POÉTICA DEL BOCHA, por Jorge Monteleone

Presentación de ANITA, de Ariel Bermani, 4 de octubre de 2019


Hace años que leo a Ariel Bermani, como también leo a Anton Chejov, pero entre uno y otro hay una diferencia: al ruso no lo conocí, ni puedo saber si Verochka, Ionich, Dereviashkin o Anna Sergeevna realmente existieron. En cambio recorrí Anita varias veces, porque cada vez que lo hago siento un vértigo que me sitúa en el umbral desconocido de la inminencia: yo no sólo conocí a Ariel Bermani en aquel año de 1990 que narra el texto que le da a este libro su nombre entrañable, sino también traté a cada uno de los personajes allí mencionados y, sobre todo, traté a Anita, fue parte de mi vida durante muchos años, porque Ana María Barrenechea fue mi directora en el Conicet y mi maestra. Fue ese mismo año, precisamente, en el que comencé a frecuentarla, porque mi director era Enrique Pezzoni, otra figura inolvidable para mí, y luego de su muerte quise que fuera mi directora aquella que también había sido la maestra de Enrique. De modo que iba a verla allí mismo donde trabajaba Ariel, dos pisos más abajo del Instituto de Literatura Hispanoamericana, que es mi sede de investigación: la veo otra vez en el fondo de su despacho, detrás del escritorio de madera oscura y delante del alto ventanal del Instituto de Filología Hispánica en el primer piso del edificio de la calle 25 de mayo, con el brillo repentino de la hora sobre los lentes de los anteojos que ocultaban la mirada, antes de reír de inmediato al verte entrar ¿Ya estaba en ese sitio entonces? ¿Ya estaba rodeada por los libros de la biblioteca de Enrique Pezzoni, que había muerto el año anterior? El edificio, que había sido espléndido, por entonces estaba ruinoso, y en los techos se veían grandes agujeros donde las cubiertas de yeso se habían desmoronado. Un día una lluvia terrible cayó a través de todos los agujeros del edificio y, si mal no recuerdo, el diario Clarín mostró la foto de Anita rodeada de libros mojados que habían sido rescatados por ella misma en el salvataje del Instituto. Anita era extraordinaria y en Anita, Ariel Bermani le hace dictar una carta a Alejandra Pizarnik, muerta hacía décadas, diciéndole cuánto la extrañaba y también cuenta que, en lugar de Ariel, lo llamaba “Calibán”, la criatura bárbara de La Tempestad, de Shakespeare, la antítesis del libro de José Enrique Rodó, Ariel, y la figura positiva del libro de Roberto Fernández Retamar, Calibán. Ariel logró captar el tiempo sin tiempo en el que vivía Anita: los días simultáneos de la literatura, donde Shakespeare, Alejandra, Ariel y Calibán vivían bajo el resplandor de su insomnio lúcido. Un día escribí un texto que acompañó la presentación de su gran libro sobre Borges, en edición definitiva y aumentada, junto a Ricardo Piglia, allá por el año 2000, y lo titulé tal como la veía: la descifradora.   
Releo Anita, entonces, porque de pronto ella regresa en este libro, en el cual todo vuelve a ocurrir, y sucede algo más extraño: ahora todo lo que se cuenta sobre aquellos años pasa menos como ha sucedido, que como sucede en el libro de Ariel. Ese tiempo pasado, donde todo o casi todo ha muerto, retorna en los hechos narrados con la limpidez propia de lo acontecido y con la certeza de un recuerdo personal: la ficción toma el lugar de lo verdadero.
Pero con este libro y otras historias y poemas de Ariel me ocurre algo igualmente extraño. Su intensidad me impide abandonar la lectura: hay algo que me lleva más allá, hacia adelante, para saber un secreto, pero no a la manera de una novela de enigma, sino como se oyen de pronto las voces que vienen de otro cuarto y a las cuales es necesario escuchar con mucha atención para discernir qué está ocurriendo. Al principio creí que ese fervor por llegar al final de la historia se debía a que Anita estaba reescribiendo para mí el tiempo perdido, que aquello que se despertaba en el recuerdo redimía en el relato eso que ya no estaba y provocaba el consuelo de su reemplazo. Pero luego leí los otros textos, las otras historias de mujeres de este libro: “Lucy”, “Rafaela”, “Lili” y “Pocha”. Y además leí los poemas de Tenemos que hablarlo, el libro que Ariel publicó en las ediciones dobles de Club Hem junto con Medidas de urgencia, de Gabriela Luzzi, en este mismo 2019. En el último poema, “Las muertes”, estaban la mamá de Gabi, el papá de Paula, y el de Fabián y el de Ariel. Salvo de Lili Zucotti, que también aparece en otro poema relacionado con el mundo de Anita y vive intensamente en una memoria familiar y amorosa que forma parte de mi vida, no tengo recuerdos de ninguno de ellos porque nunca los he visto en mi vida. Sin embargo, la intensidad era la misma, esa rara sensación de que lo que allí leía parecía un recuerdo propio, tenía la imprecisa emotividad de una memoria personal, donde lo fugaz es fijado por un detalle inconmensurable o por un afecto que me convocaba entero.
Entonces ya no quise leer otra vez a Ariel Bermani para vivir de nuevo aquello que se había perdido, sino para saber por qué lo perdido reaparece con tanta nitidez en sus libros; mejor dicho, por qué en su escritura algo persiste, como un diamante que brillara debajo de una superficie a la manera de un tesoro que siempre está allí mientras caminamos distraídos. Porque los textos de Ariel tienen esa fuerza de recuerdo, esa presencia de hechos que nos tocan aunque no los hemos vivido, y sobre todo porque no lo hemos vivido –ya que incluso sería irrelevante comprobar si tales sucesos ocurrieron exactamente tal como son contados o, si en efecto, ocurrieron.  
Busco la respuesta en la relectura, voy una y otra vez a las páginas que se abren al interrogatorio. Estoy entrenado para leer como un pesquisante: puedo hallar técnicas y procedimientos, descubrir incongruencias, percibir estructuras; puedo sentir, como se siente el aire frío o caliente, la sensación de un vocablo; puedo comprender un espesor, un estilo; puedo destejer una trama: tendría que encontrar el secreto. La prosa de Ariel parece sencilla, está “al alcance de toda boca –como decía el poeta Joaquín Giannuzzi acerca de la poesía– para ser repetida, doblada, citada, / total y textualmente”: digamos, para ser contada otra vez, para referirla como una anécdota. Sin embargo esa sencillez no existe. Porque así como no se trata de mi recuerdo personal, aquello que le da su extraordinaria fuerza evocativa a los textos de Ariel tampoco es la sencillez. No está allí la clave de la intensa familiaridad que provoca su prosa y su poesía o, mejor dicho, el ritmo de la escritura de Ariel Bermani. Y tampoco es la anécdota. No podría a contar otra vez ninguno de estos argumentos porque si lo hiciera se perdería lo esencial. Parece que lo importante fuera la historia, pero no es exactamente eso. Lo importante es la forma en que esa historia fue contada. No podría contarla de otro modo que leyéndola en voz alta otra vez.
He leído Anita de nuevo, pero la pesquisa fue inútil: el procedimiento no agota el efecto, toda estilística es impotente, por allí no está la respuesta. En esa forma lo importante es todavía algo más, eso que me hace buscar e ir más allá, como si la escritura fuera, ahora me doy cuenta, un lugar donde guarecerse, un refugio y una morada. ¿Dónde está el secreto? Todavía puedo percibir la superficie, pero no sé exactamente dónde está el diamante. Pero está allí, también sé que está allí.
En busca de una respuesta, releo aquel libro de Ariel que tanto me gusta, Procesos técnicos, también publicado por Paisanita en 2016, que es un diario de escritura, de los procesos de escritura de Ariel Bermani, pero también de los gustos, de las elecciones, de los arbitrios, de los comienzos o de los finales. Pero asimismo, en fin, de lo inconcluso, de lo incompleto, de aquello fantasmal e inminente: lo que no se hizo. Abro el libro y leo en la página 65 de Procesos técnicos:

Los héroes de mi infancia fueron Diego de la Vega y Bochini. Los de mi adolescencia, Neruda, Marx o el Che. Después hubo un vacío, una época de orfandad. Hasta llegar a estos últimos largos años, en que sólo tengo antihéroes, personajes que aparecen en los libros que leo y también en los que escribo. Hombres y mujeres que se mueven en la cornisa. Se mueven poco, para no caerse. Y porque no tienen adónde ir.

Eso es el principio de una clave: los personajes que están en equilibrio, que se mueven en la cornisa, a punto de caer. Ese punto es un instante preciso en que deben sostenerse allí, en un tiempo que no es igual a ningún otro, porque corresponde a un acto que puede ser a la vez infinitesimal e infinito, ese “instante donde ningún instante transcurre”, como diría el poeta Hugo Padeletti: ese tiempo colmado que no dura nada y que casi carece de movimiento, que es incluso un no movimiento para no caerse, para no despeñarse en el tiempo. ¿Dónde está el secreto de la narración de Bermani? Creo que está allí, pero lo presiento oscuramente. Tengo que buscar algo concreto, en alguna parte, en alguna zona familiar a Bermani: sería mejor buscarlo allí donde se halla el origen de todo, allí donde algo se aprende por primera vez para siempre, eso que está antes del baile o la danza, el inicio de la pegada, el impulso anterior al trazo.
Leo otra vez la frase: “Los héroes de mi infancia fueron Diego de la Vega y Bochini”. Ahí está la clave, en Bochini. Ricardo Enrique Bochini. Podría pensar en Diego de la Vega, podría pensar en eso que todos recuerdan: el modo preciso en que el Zorro escribía la zeta con la punta del sable sobre las ropas sin lastimar la piel de su enemigo. Pero lo de Bochini es todavía más sutil. Recorro videos de los goles de Bochini para encontrar la clave de Bermani. Me parece justo: Ariel predica su amor por Independiente a quien quiera escucharlo y ese amor tiene en Bochini su consagración. Por fin hallo una escena. El clásico de Independiente y Racing, el 30 de noviembre de 1986, empatado dos a dos. Bochini arranca por la derecha, pasa la línea central arrastrando rivales y da un pase perfecto. Mientras sus compañeros, en un baile de paredes, se acercan al campo rival, Bochini ya estaba allí frente al arco, adonde se había dirigido como flecha directa: aguardaba simplemente lo que estaba madurando porque ve allí mismo donde los otros no ven, antes que nadie. Entretanto, Giusti le había dado un pase a Barberón, que corre en diagonal hacia el área grande, en cuyo semicírculo ya estaba esperando Ricardo Enrique Bochini. Recibe la pelota, se acomoda veloz y patea desde allí al arco. Bochini lanza el disparo y la pelota se clava en el ángulo derecho. Es un gol extraordinario. Pero lo sorprendente ocurre en un instante único, que revierte el tiempo. La pelota, unos segundos antes de entrar, no se acelera como suele ocurrir, sino se ralenta. Como si el balón buscara un tiempo propicio, un instante donde ningún instante transcurre: parece que fuera a detenerse, que fuera a congelarse en el tiempo para que el suceso tenga lugar, para que el tiempo no se precipite y, en cambio, se colme de acontecer. Esa pelota del segundo gol de Bochini tardaba un poco más, tardaba algo más que la vida mortal para alcanzar la meta. Y nadie sabe dónde está el secreto de esa pegada que había detenido algo del transcurrir.
            Al año siguiente de ese gol de Bochini, en un poema de Bermani se lee lo que le ocurría. Está en las páginas 32 y 33 de Tenemos que hablarlo:
Cuando tenía 19 años
me encontré
cara a cara
por primera vez
con la muerte.
Fue en el año 87.
Yo estaba
enojado
más que triste.
En el momento de despedir
a mi abuelo
porque iban a cerrar el cajón
tiré una silla contra la pared.
Mi viejo me hizo salir
sin retarme.
No preguntó nada,
yo no tenía nada para decir.
Me senté en el cordón
y ahí me quedé
hasta que avisaron
que teníamos que
subir a unos coches
que nos llevarían al cementerio.
Varios años después murieron
mi tío Luis
mi tía Lucy
mi abuela Porota
mi tía Ana
mi abuela Josefa
y también
mi papá.
Nunca volví a tirar sillas. 
           

Tuve un presentimiento. Algo había ocurrido. Entre el gol de Bochini y la silla arrojada algo había ocurrido. Ariel Bermani quiso detener el tiempo, quiso que un acto ralentara el final y espesara cada cosa atesorada para que el barro de la vida no la ocultara para siempre, como un aluvión. Entonces arrojó la silla contra la pared. En realidad lo hizo de nuevo, o mejor dicho, dejó de arrojar sillas para arrojarlas de nuevo en el poema. Aprendió de la pegada de Bochini, que no es su ídolo de la infancia sino su ídolo a secas: aprendió, como si lo aprendiera de Chejov, que es posible –si todo es propicio, si la contingencia se vuelve necesidad, si un golpe es suficientemente exacto– que algo, por un levísimo instante donde ningún instante transcurre, algo de una historia se ralente, se detenga, haga equilibrio antes de caer, esté allí como sus personajes, cada uno en el borde de la cornisa, como decía Vallejo, “parado por la espalda en la línea mortal del equilibrio”  
            Porque todos están muertos o todo estará muerto y todo es del olvido o de esa nostalgia arrasa. Pero algo resiste, persiste, ínfimo, fugaz, y a la vez situado exactamente allí. Y Ariel escribe esto un día, en una página de Procesos técnicos:

¿Para qué escribir? ¿Para qué publicar? ¿Para qué dar talleres? ¿Para qué leer? ¿Para qué seguir haciendo editoriales, lecturas, ferias? ¿Para qué enamorarse? ¿Para qué compartir la vida con amigos? ¿Para qué criar hijos? ¿Para qué? Creo que mi respuesta a todas esas preguntas es siempre la misma: porque son las maneras de celebrar lo que tenemos. Y, de paso, distraer a la muerte, no darle espacio, ni un mínimo espacio.

Eso era, era eso. 
Leo Anita una y otra vez y no puedo decir dónde y cuáles son exactamente esos instantes donde de pronto algo acontece. No hay procedimiento que pueda describirlo, no hay teoría posible. Hay un acto, una pegada, una levísima suspensión del tiempo para abolir lo que la muerte clausura cuando nos iguala. Está en algunas de las frases, no sé exactamente en cuál. Puede ser en esta: “Seguí escribiendo, pibe”. O en esta: “Señorita, dijo ella”. O en esta: “En esa época todavía no había empezado a engordar, pero comía parada, a oscuras, a la noche”. O en esta: “Pocas veces la vi contenta”. O en esta: “Ahora que me acuerdo de ella me cuesta diferenciar su cara de la cara del cuadro”. No lo sé. Pero al menos he llegado al lugar del diamante. En los libros de Ariel Bermani está en ese lugar donde se celebra lo que se tiene y donde se hace incluso lo que no se hizo; donde tiene sentido toda la vida en la línea mortal del equilibrio, antes de la caída; allí donde la muerte no tiene todavía el más mínimo espacio, donde la muerte se ralenta, se demora, y enciende un instante único que leemos fugazmente y brilla, brilla de pronto, brilla para siempre; en ese lugar donde es posible arrojar la silla de nuevo, arrojar la silla, furiosa o alegremente, contra la pared.

Jorge Monteleone            




Fotografías: Bruno Szister

miércoles, 24 de julio de 2019

"Frutas tardías" de Eugenia Pérez Tomas

-¿Cuál sería el momento en que empezaste a escribir?

Primero escribí hablando. Después tuve diarios y con la ansiedad no sabía qué hacer. Escribía, pero también arrancaba las hojas de la libreta para no escribir. La idea de la literatura apareció más tarde, no como eso a lo que me volcaba a menudo para hacer de mis días días, sino como eso con lo me podía vincular muy profundamente, y hacer.

-A partir de entonces ¿Cómo se fue dando tu formación como escritora?

Pienso que fui armando un mapa, una constelación de lecturas, que fue creciendo y por momentos desordenada y arbitraria -la lectura y el crecimiento-, voraz y obsesiva también. Como autodidacta tengo clásicos vacíos y pendientes. Encontré en el taller de Ariel Farace un espacio de contención donde escribir y pensar. Con el mismo espíritu me acerqué a la escuela de dramaturgia de la EMAD y luego a la maestría en escritura creativa que dirige María Negroni en UNTREF.

-¿Cómo nace Frutas tardías?

Nace del choque entre una imagen y una lectura. La imagen insistió hasta que escribí: una chica ve aparecer en el ascensor de su edificio un Oso. Por azar llegué a la novela gráfica La pantera de Brecht Evens y me habilitó a proyectar mi libro. Después vinieron otras lecturas y desviaciones. El oso fue buscando su apariencia hasta la sombra salvaje final. Tuve ganas de probar mi escritura en otros territorios, que hasta el momento había mantenido en fiel sociedad con lo dramático.

-Hay dos epígrafes en el inicio de Frutas tardías ¿cómo los hacés jugar en ese ingreso a la novela?

El trabajo con la editora GL fue clave. Llegué a tener un blockcito de epígrafes tentativos.  ¿Se pueden citar listas de autoras? Aquellas que me acompañaron en la escritura, en las que caí para seguir. Tuve suerte porque mi editora sugirió sostener el fragmento de Paisaje y el otro de Hempel que en instancias finales pensé sacar y son llaves preciosas que funcionan bien en espejo. Es necesaria esa pequeña serie de referencias que permiten leer hacia afuera del libro, una invitación a salir para entrar de lleno al universo de Frutas Tardías.

-¿Cómo pensás tu arte poética?

Siempre pienso que cuando alguien que me conoce mucho lee lo que escribo puede llegar a descubrir que lo que estoy contando es todo un invento. Es un poco difuso, mientras escribo transpiran recortes de mi historia, como en un sueño. En el cuadro del texto hay una mezcla entre la realidad y la ficción. La ficción es el sostén en donde aparecen elementos que puedo reconocer de mi realidad personal pero también tengo mucho interés en la construcción de una voz, en el artificio y, por qué no, en los procedimientos que permiten leer por fuera de una escritura más espontánea. Tal vez mi escritura sea un poco un pastiche y la forma de pensarla un tanto movediza. Me ayudan a pensar mis amigxs y también Andrés, mi compañero, con el que compartimos libros y palabras.

¿Tenés alguna obra o autor x fetiche?

En general, cuando descubro a una nueva autora o autor y me atrapa, quiero leer todo lo suyo. Voy pasando por temporadas en las que me aferro a estos descubrimientos, como Rachel Cusk ahora, y también existen autorxs a los que siempre vuelvo cuando me siento perdida, se me ocurre nombrar a Lispector y a Chéjov.


¿Por qué escribís?

Olga Orozco decía que un impulso golpeaba su puerta y ella la abría. Escucharla decir eso me organizó internamente. Me gustó para mí. Un impulso aparece, escribir me organiza de manera sensible. Y el trabajo de la escritura me implica un esfuerzo –vital. Gracias a que escribo puedo pensarme en el mundo, y de alguna manera es el trabajo de la escritura lo que me permite cuidar o cuidarme de aspectos de mi personalidad, también es gracias a ese esfuerzo que ensayo formas de ver y puedo levantar la voz que sin escritura suelo tener bajita.

lunes, 1 de julio de 2019

"La cloaca", de Guillermo Ferreyro


🍤 ¿Cuál sería el momento en que empezaste a escribir?

Relacionaba el expresarme con dibujar y pintar,  y lo hacía con seriedad, tomaba clases, pero sentía no me alcanzaba o no me conformaba. A los doce años tuve el impulso de narrar ciertas experiencias y escribí algunos textos con la clara intención de que fueran literatura.   
Sin embargo, el hecho determinante fue que mi madre apenas sabía leer y casi no sabía escribir. Era gallega y había emigrado muy joven, entonces mantenía con su familia una relación epistolar. Por supuesto sus cartas eran cuatro líneas que le costaba muchísimo escribir. Apenas aprendí a leer y escribir con cierta fluidez, ella comenzó a pedirme que le lea las cartas y que las conteste. Entonces descubrí que sus familiares le hacían muchos reclamos, entre otros que regrese a trabajar la tierra. Entonces asumí la tarea de hacer  las cartas.
Escribía dos o tres páginas contando anécdotas inventadas que justificaban a mi madre y su imposibilidad de regresar. Cada dos  meses recibíamos correspondencia y entonces yo me sentaba  a elucubrar argumentos, excusas y peripecias. Algunas eran exageraciones de hechos reales, el cincuenta por ciento invenciones y un veinte por ciento pura realidad.  Así fue hasta los doce.  


🍤 A partir de entonces, ¿Cómo se fue dando tu formación como escritor?

Desde los  nueve me la pasaba leyendo lo que encontrara,  así me topé con algunas  viejas ediciones de Radiografía de La Pampa, Platero y Yo, el Cid Campeador, Martín Fierro, Facundo, novelas de ciencia ficción y western.  Eran libros amarillentos, a veces les faltaban páginas o la tapa. No sé bien cómo habían llegado a mi casa, pero como mi madre trabajaba de doméstica ella solía traer ropa y libros que le sus patrones desechaban. Nosotros no teníamos biblioteca. Otro punto  importante fue que a  los siete le pedí a ella  estudiar inglés y haciendo un canje por trabajo,  pudo mandarme a La Cambridge,  de modo que  a los diez empecé a leer en inglés  novelas,  cuentos y teatro  de  Oscar Wilde, Poe,  Shakespeare, Tennessee Williams, Lewis Carroll, Agatha Cristie, Mark Twain, Stevenson, Dickens, entre muchos otros.  
Es decir, tuve una aproximación muy personal y desordenada a la lectura, y recién a los quince años comprendí que había un mundo que llamaban literatura. Para colmo, fui a una escuela secundaria técnica, de química, donde no interesaba mucho el tema.  Así que mi interés fue siempre en paralelo y ya a los diecisiete la literatura le había ganado a la ciencia. Entonces editamos  con amigos una revista subterránea, en metimos en un mundo subterráneo de la contracultura que de algún modo resistía la opresión de los militares. Colaboré con otras revistas, y trabajé en un par de proyectos d editoriales independientes, casi clandestinas.  Luego transité por algunos talleres  pioneros como el Héctor Lastra o Susana Swarc, y fui definiendo mi primer libro Nunca conocerás Nueva York. Más tarde pasé por Letras en Puán, pero me di cuenta que no era lo que buscaba, mi objetivo siempre fue escribir, por lo tanto, largué. Me dediqué a trabajar como redactor creativo y seguí trabajando en mis textos sin ningún objetivo de publicación. Sólo porque necesitaba hacerlo. 


🍤 ¿Cómo nace "La Cloaca"? 

La Cloaca es una experiencia de descenso a la parte más sucia de la memoria, una zona en la que están estancadas  muchas vivencias dolorosas, desechos  del proceso de degradaciones de las instituciones con las que nos intentaron moldear.  Cuando era chico, uno de nuestros juegos prohibidos, consistía en meternos en el arroyo entubado del Maldonado y explorar esa Cloaca tratando de salir en algún punto lo más lejano posible, levantando las tapas de inspección. En esos recorridos imaginé innumerables fantasías y me topé con realidades asquerosas, empezando por el olor, siguiendo por las ratas, los murciélagos y los techos plagados de cucarachas voladoras. Con los años esos descensos fueron una metáfora de la realidad, empecé a llenarlos de sentido y asimilarlos como un mecanismo de comprensión de nuestra oscura historia.
Cuando tenía nueve o diez años, mi hermana cinco menor que yo me preguntó porqué la calle en que vivíamos se llama Camarones. Se me ocurrió decirle que debajo de nuestra calle y en ese punto frente a nuestra casa, en las profundidades de la tierra había un arroyo, el Maldonado y que allí en la oscuridad crecían miles de camarones que se esparcían por las aguas podridas. Esa mentira fantástica la sostuve por años, hasta que ella entrando en la adolescencia dejó de creerme, aunque siempre seguimos el juego.
Esa idea es el verdadero origen des esta novela. A partir de ese recuerdo comencé a escribir e hilvanar pequeños sucesos, que agrande y deformé y desvié con la inestimable ayuda de los personajes. 
Dentro de esta suerte de saga también englobo la nouvelle La ponedora, que a diferencia de la trilogía del diminutivo, en lugar de abordar a personajes de ese cuadra, trabaja con  personajes que llegan a instalarse en ese espacio, o sea son nuevos. En esta nouvelle desarrollo a Agustina que es un personaje central de este mundo y tiene roles centrales en todos los demás libros.




🍤 ¿Qué rasgos de continuidad y cuáles de ruptura tiene este libro con lo que escribiste y publicaste anteriormente?

Mi libro anterior, Pinturitas, se desarrolla en el mismo universo que La Cloaca, cada relato está referido a un personaje y una casa de la misma cuadra, incluso uno de los relatos, El viejo, aborda en un ambiente onírico la bajada a La Cloaca y es de algún modo, la primera exploración literaria que hice de ese espacio subterráneo. 
Pinturitas, compone con otros dos libros inéditos, Estampitas y Figuritas, la trilogía del diminutivo, son relatos enlazados, que comparten ese universo y siempre centrados en un personaje específico. Considero esos relatos como un paso intermedio entre novela y cuento, porque funcionan como un conjunto de cuentos claramente diferenciados, pero también como fragmentos de una novela, porque por ejemplo algunas cosas que quedan abiertas en un relato, se resuelven en otro u otros.
La mayoría de  los relatos son extensos y los estructuro en capítulos, por lo que también podrían funcionar como novelas cortas, de manera individual.
Siempre los defino como relatos porque me cuesta clasificarlos en novela o cuento. Los siento totalmente independientes y al mismo tiempo funcionando en un conjunto. Es decir, creo que mantiene la noción de pertenecer a una misma cuadra.
Es universo el de Camarones y La Cloaca, se completó. Mi nueva novela Mal Trato, aborda temas , espacios y un estilo muy distinto.

martes, 25 de junio de 2019

"Bicho taladro", de María Insúa

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**¿Cuál sería el momento en que empezás a escribir?
-Cuando el mundo me pareció hostil, empecé a escribir poesías. Ahí me permitía dejar en claro lo que me molestaba; usaba un lenguaje metafórico como estrategia para no ser “descubierta”. Fue un gran momento, tendría trece años y una parte de mi vida no la recordaba, por eso creo que a través de la ficción podía hablar. Escribía con libertad. Armaba libros y los mandaba a concursos, aunque era felizmente inocente lo hacía con una seriedad de creyente. Una vez gané el de la SADE de Adrogué. Cuando lo supe, salté varios escalones juntos de la escalera del colegio y me quebré un tobillo. Está claro que siempre le puse el cuerpo a la escritura.


**¿Cómo nace "Bicho taladro"? 
-Bueno, se puede decir que de la alta contaminación auditiva del barrio en que vivo. Me gusta el silencio y, claro, también para escribir, pero no lo encontraba a ninguna hora. Así que me entregué al desquicio y empecé a escribir mis sensaciones. Apareció un personaje interesante, una vecina que maltrata al hijo. Esa maternidad me llevó a la de mi madre. Es una nouvelle que surge de la necesidad de narrar las complejidades cotidianas. No sé. La escribí durante un año y le puse todo el power los tres meses del último verano. Literal, no hice otra cosa salvo cubrir mis necesidades básicas. Pero, Bicho taladro no existiría como libro sin el trabajo de edición de Gabriela Luzzi.



**¿Cuál es el primer texto del que te hacés cargo como escritora? ¿qué similitudes o diferencias se dan con "Bicho taladro"?
-Una novela inédita que se llama Amasijo. La empecé en un taller que hice con Liliana Bodoc. Ese taller fue importante porque me posibilitó ser más consciente de los que escribo; después la corregí con Ariel Bermani. Ahora la voy a revisar por consejo de Carlos Chernov.
Una similitud con Bicho es que algunos personajes los construyo con retazos de las personas que estuvieron o están cerca mío. Diferencias, un montón, el narrador, la estructura, el lenguaje.

**La novela está atravesada por otros textos, ¿cómo fue el proceso de incorporación de estas lecturas?
-Ahí tenés, esa es una similitud entre Amasijo y Bicho taladro, no puedo escribir sola, lo hago con las voces de mi biblioteca. Cuando una voz me convoca, abro ese libro, lo hojeo o voy a la cita marcada y la incorporo. La mayoría de las veces termino sacándola, pero algunas quedan. Me gusta esa compañía tanto como la de mis amigues, que de una u otra manera también están en mis textos.

**El trabajo como docente de la UNAJ ¿incide de alguna manera en tu trabajo en literatura?
-Uf, tanto. Esta universidad me incluyó no solo en parte del mundo académico, sino también en el de la literatura. Conocí a Liliana Bodoc porque una compañera de la UNAJ me avisó del taller; a Bermani porque me hizo reír y pensar en unas jornadas a las que fue como escritor invitado. Me acuerdo que en esas jornadas había escuchado a varias personas muy capas en literatura, pero cuando escuché a Ariel Bermani sentí empatía. En el brindis me presenté y le pedí el mail, me dijo que mejor le daba el mío, que en febrero cuando mandara la invitación para los talleres me escribiría. ¡Era octubre!, así que pensé: se sacó a la molesta de encima. En febrero llegó la invitación a mi casilla de mail. Estas también son las cosas que lo hacen un maestro.
A quienes somos del conurbano, las nuevas universidades nos incluyeron en muchos sentidos. Viajé para participar en congresos y conocí muchas otras universidades y, claro, lugares y personas; hacemos encuentros con docentes de nivel secundario; participé en un programa de la radio de la UNAJ (al que visito seguido), no sé, montones de actividades relacionadas con mi tarea docente, pero todas ancladas en la literatura. Siempre el tema es la literatura.

**¿Por qué escribir?
-No sé. ¿Porque no pude ser bailarina?
El primer recuerdo es de cuando tenía dos años más o menos y mi cuna estaba pegada a la biblioteca del comedor de la casa de papá y mamá. Me apoyaba en la baranda y estiraba el brazo hasta alcanzar algún libro que abría. Es una imagen muy sensorial la de esos momentos. Otra imagen es la de estar aburrida en la escuela y escribir poesía en hojas sueltas que escondía en el buche del pupitre.
Escribo para no aburrirme. También para decir lo que no me animo de otra forma.







lunes, 24 de junio de 2019

Presentación de Bicho taladro, de María Insúa




#PaisanitaEditora tiene el honor de invitarlxs a la presentación de

BICHO TALADRO, de Maria Insua
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Música invitada: Sabrina Pont
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Los esperamos a las 19hs en Casa Safiras - Loyola 514 - Villa Crespo
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Link para confirmar participación en el: evento

Títulos disponibles con mercadoenvíos

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domingo, 9 de junio de 2019

LA CLOACA, de Guillermo Ferreyro


“Mientras lee, uno no deja de pensar, aunque por tramos, no continuamente, en Mark Twain. Está la barra de amigos, que se la juega para bajar a La Cloaca. Hay aventura, pero también zambullidas en profundidades: el racismo en Huckleberry Finn, la falta de confianza que corroe toda seguridad a través del carácter escurridizo permanente de los valores.
Un elemento esencial que conviene dejar de lado, por la manía actual de no “espoilear” la trama, son los camarones. Variados, alimenticios, entre siniestros y grotescos, darán paso a una inserción original y generadora de acción relacionada con la postguerra de Malvinas.

La personalidad del narrador es compleja. Tiene una conciencia profunda de su fealdad, de su falta de eficacia, pero también de su tozudez. A despecho del padre chanta y frío, de la madre que elige con aún más decisión la fuga, la construcción de la personalidad propia se va haciendo sacando algún elemento o rasgo a seguir en cada vuelta del camino laberíntico de su vida.

Guillermo Ferreyro se instala en uno de los buenos lugares para un autor, sobre todo de una novela como esta. Es y no es el pibe del principio, el joven de después, el que llega al final dudando junto con el protagonista de si resistirá cada bandazo de la trama, la forma de hurgar en los lugares que parecen menos agradables. Casi acompaña jadeante a su delegado en el despliegue de aventuras, de personajes siniestros, de peligros de muerte”.

                                                                      Elvio E. Gandolfo



Guillermo Ferreyro nació en la Ciudad de Buenos Aires en 1963. Tuvo inumerables y simultáneos empleos: químico, vendedor ambulante, maestro de escuela, pintor, artesano, periodista, hasta que llegó a la publicidad. Trabaja como director creativo y redactor desde 1987. Consultor publicitario desde 1996.
En 2014 obtuvo el premio Sor Juana Inés de la Cruz, Edomex, del Estado de México con su libro  Pinturitas, editado en 2015 por FOEM.
Por la novela  La Cloaca recibió el Premio Latinoamericano de Primera Novela Sergio Galindo 2018, otorgado por la Universidad Veracruzana, y publicado en 2019 por la Editorial de la UV en Xalapa, México.







El alma es un placard, de Roxana Buttazzoni



Construido a partir de una dispersión ordenada, El alma es un placard, el primer libro de Roxana Buttazzoni, está compuesto por fragmentos que iluminan escenas, gestos, recuerdos, formando una secuencia divertida y, a la vez, triste.
Historias incompletas narradas a media voz, que recuperan una temporada en Traslasierra, un barrio de Buenos Aires, y también, sin nombrarlos del todo, los amores perdidos.
El alma es un placard es un libro que espera ser leído de a poco, degustado, como si se tratara de un vino añejo, o, mejor dicho, de un manjar literario.



Roxana Buttazzoni nació en Buenos Aires en 1960. Hace terapia desde 1979 y practica chamanismo. Cría gusanos de seda, cactus y orquídeas.  Es artista visual y música. Docente de Dibujo y pintura en el Departamento de Artes Visuales de la Universidad Nacional de las Artes.  Expuso en el país y en el exterior.
El alma es un placard es su primer libro publicado.

martes, 19 de marzo de 2019

FRUTAS TARDÍAS de Eugenia Pérez Tomas


        Frutas tardías, la primera novela de Eugenia Pérez Tomas, explora, de la mano de un personaje deforme, los acontecimientos familiares de Elisa. Con una voz singular dentro del panorama de la literatura contemporánea, Pérez Tomas narra una historia de iniciación, exponiendo el relato a través de lo fluido, lo monstruoso, lo que intenta permanecer oculto y, a la vez, no deja de estar cerca.

        La lectura de Frutas tardías se presenta como una experiencia de completa originalidad, convirtiéndose en una aventura en sí misma, que nos invita a protagonizar.



        Eugenia Pérez Tomas nació en Buenos Aires en 1985. 
        Escribe y dirige teatro. Publicó Las casas íntimas (Libros Drama, 2013), Disparo de aire (Libros del Rojas, UBA, 2015) y Hacer un fuego (Rara Avis Editorial, 2019).

        Frutas tardías es su primera novela.

FRUTAS TARDÍAS
NOVELA
Eugenia Pérez Tomas
Paisanita Editora, 2019
Fotografía: Patricia Pérez Ferraro
Arte: Mambo ::: Pablo Rivas

Link a PREVENTA. (Se retira en abril por Palermo, Centro o en el Stand 2113 de la Feria del Libro).

PERSONAS QUE LLORAN EN SUS CUMPLEAÑOS de Gustavo Yuste


        La primera novela de Gustavo Yuste, Personas que lloran en sus cumpleaños, abre ese mundo donde las parejas, amigos y familiares, viven con desencanto e inestabilidad emocional sus relaciones.

        Nati, Pablo, Romina, Walter y Gastón, encarnan una suerte de comedia romántica del siglo XXI, contada con el ritmo y las inflexiones de la literatura actual, con sus silencios y su velocidad narrativa.

        Escrita en forma de diario, en un cuaderno artesanal, la novela de Yuste explora sin prejuicios las posibilidades del amor.

        ¿Por qué hay personas que lloran en sus cumpleaños? No vamos a obtener esa respuesta y ninguna otra, pero la lectura de esta novela nos dejará la emoción de esas historias que de tan cercanas, no se pueden olvidar.



        Gustavo Yuste nació en la Ciudad de Buenos Aires en 1992. Es Licenciado en Ciencias de la Comunicación (UBA) y periodista. Cofundador de la revista digital La Primera Piedra. Publicó los libros de poesía Obsolescencia programada (Eloísa Cartonera, 2015), Tendido eléctrico (Objeto editorial, 2016), Las canciones de los boliches (Santos Locos, 2017) y Lo que uso y no recomiendo (Modesto Rimba, 2018). En 2016 fue jurado de selección de Apología 3 (Letras del Sur) y en 2017 fue seleccionado en la Bienal Arte Joven Buenos Aires en la categoría Escritores. 

        Personas que lloran en sus cumpleaños es su primera novela.



PERSONAS QUE LLORAN EN SUS CUMPLEAÑOS
NOVELA
Gustavo Yuste
Paisanita Editora, 2019
Fotografía de tapa: Lucía Rubiolo
Fotografía de autor: Virginia Torres Schenkel
Arte: Mambo ::: Pablo Rivas

Link a PREVENTA. (Se retira en abril por Palermo, centro o Stand 2113 de la Feria del Libro).

ANITA de Ariel Bermani


En Anita Ariel Bermani recupera una historia del pasado, sin que nos quede del todo claro hasta dónde avanza la ficción y hasta dónde prevalecen los recuerdos. El personaje de Anita se basa en la crítica, profesora y lingüista argentina, Ana María Barrenechea, a principios de los años 90, cuando ella dirigía un instituto de investigación de la Universidad de Buenos Aires.

Se trata de una lectura ágil y placentera, por la que circula una serie de personajes encantadores y tal vez algo olvidados, que transitaron por ese espacio. Bermani narra con fluidez, sin dejarse contaminar por la nostalgia y nos trae un libro que no escapa al humor ni a la mirada crítica de una época.

Junto con Anita, se presentan cuatro relatos breves sobre otras mujeres, también protagonistas de algo que podría leerse como una historia personal de iniciación en la literatura.



Ariel Bermani nació en el Gran Buenos Aires, en 1967 y vive en la ciudad de Buenos Aires desde 1990. Publicó cuentos, artículos y poemas en revistas y antologías. Es autor de las novelas: Leer y escribir, Veneno, El amor es la más barata de las religiones, Quedarme acá, Furgón, Agua, Anita y Messina. También de los cuentos de Ciertas chicas; de las crónicas de Inochi wa takara; de un libro de reflexiones sobre el oficio de escribir, Procesos técnicos; y de tres poemarios: No sé nada de ballenas, La relación con los objetos y Tenemos que hablarlo.
Recibió el premio Emecé 2006, la Segunda Mención en el Premio Clarín 2003 y la Beca Bicentenario a la creación literaria del FNA, en 2016. Parte de su obra fue traducida al hebreo y al francés. Es narrador, poeta, coordinador de talleres de escritura y de lectura y editor.

ANITA
NOVELA
Ariel Bermani
Paisanita Editora, 2019
Fotografía: Lucía Rubiolo
Arte: Mambo ::: Pablo Rivas

Link a PREVENTA. (Se retira en abril por Palermo, Centro o en el Stand 2113 de la Feria del Libro)

BICHO TALADRO de María Insúa


        A los personajes de María Insúa les gusta probar los límites del dolor, se lastiman entre sí y quedan presos del lenguaje con que la narradora de esta novela los sarandea, los moviliza.

        Bicho taladro tiene más de objeto o bicho raro que de taladro. O sí taladra, pero subrepticiamente, sin que se note.

        Con un lenguaje poético y elíptico, este artefacto se desangra ante quien lee sin que le importe ser comprendido. En realidad, parece que lo importante fuera narrar con belleza, más que hacerse entender.



        María Insúa nació en Buenos Aires, en 1965. Es docente e investigadora en la Universidad Nacional Arturo Jauretche. Capacita a docentes en el área de la enseñanza de la literatura. Publicó artículos de crítica literaria y sobre la enseñanza de la literatura en revistas especializadas.

        Participó en los programas Cuando cambian los vientos (2017) y en A Babilonia (2018), de la FM 102.7. Universidad Nacional Arturo Jauretche.

        En 2016 publicó Eliseo (Paisanita Editora); en 2018 participó en el libro Martes verde, compilación de poemas de poetas por el derecho al aborto legal, edición a cargo de seis editoriales; y en el libro La visita, proyecto sobre canciones de Loreena Mac Kennitt, edición a cargo de Garmán Weissi y Alejandro Parrilla.

        Bicho taladro es su primera novela publicada.

BICHO TALADRO
NOVELA
María Insúa
Paisanita Editora, 2019
Fotografía: Karina Rollet
Arte: Mambo ::: Pablo Rivas

Link a PREVENTA. (Se retira en abril por Palermo, Centro, o stand 2113 de la Feria del Libro).



lunes, 18 de marzo de 2019

PREVENTA - Colección de cuatro novelas del catálogo 2019

Estamos trabajando para sacar a la luz, durante 2019, una colección de seis novelas que tienen algo de no ficción, algo de poesía, de panfleto, de cuentos y piezas teatrales. Si tuviéramos que definir el sabor, sería el de una golosina, que vamos a envolver en papel obra de 80 gramos. 

#SoñarMejor
💋
#PaisanitaEditora



Links a Preventa - Títulos del catálogo 2019: 


        :: ANITA de Ariel Bermani (Preventa sólo este título).

        :: PERSONAS QUE LLORAN EN SUS CUMPLEAÑOS de Gustavo Yuste  (Preventa sólo este título).

        :: BICHO TALADRO de María Insúa  (Preventa sólo este título).

        :: FRUTAS TARDÍAS de Eugenia Pérez Tomas  (Preventa sólo este título).


        
        :: Link a PREVENTA por cuatro novelas. (Se retiran en abril por Palermo, Centro o Stand 2113 de la Feria del Libro).